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El fenómeno de la «pobreobesidad» en España.

6 Jun

Nuestro país tiene un problema de sobrepeso y obesidad en niños y adolescentes. En concreto, el 40,6% de los niños de entre 6 y 9 años tienen sobrepeso u obesidad, según el estudio Aladino sobre la Alimentación, Actividad Física, Desarrollo Infantil y Obesidad en España, que presentó el Ministerio a principios de semana. En conjunto, el 20% de los adolescentes presenta esta condición, según el INE. Esta estadística sitúa a España como el cuarto país europeo con mayor prevalencia de obesidad infantil.

Junto a esto, el estudio contiene otros datos que vienen a confirmar tendencias conocidas, en concreto el componente social «muy claro» por el que la obesidad y el exceso de peso afecta más a las familias más humildes, con menos renta. Dice Aladino que entre las que ingresan menos de 18.000 euros al año hay una prevalencia de exceso de peso del 47,3% (con un 23,2% de obesidad), mientras que entre las que ganan más de 30.000 euros este dato es del 33,7% (11,9% de obesos). Es el fenómeno conocido como la pobreobesidad.

Las causas directas se conocen y se resumen rápido: una peor alimentación y unos hábitos vitales menos saludables. Aladino corrobora estas ideas también: las familias más humildes acuden a establecimientos de comida rápida más a menudo que las más acomodadas (un 18,5% va al menos una vez por semana frente al 10,7%) y los niños más humildes consumen más golosinas que los aventajados (11,5% lo hacen varias veces al día frente al 3,9%). En esta línea iba también la reflexión que planteaba el ministro Garzón cuando informó de que en España el 70% de las bebidas energéticas las consumen adolescentes y un 16% son menores de diez años.

¿Por qué sucede esto? ¿Se debe a un nivel sociocultural más bajo que impide a las familias humildes seleccionar bien qué dan de comer a sus hijos? Muchos consideran que esta idea ya está superada. «A veces –reflexiona a título personal Arcarons– hay un poco de paternalismo institucional que nos lleva a pensar que esas familias no saben qué tipo de comida es mala. Lo saben perfectamente», explica. «No es tanto eso como la simbología de la comida, que para muchas familias es el único momento de decir ‘sí» a sus hijos», argumenta citando el trabajo de Priya Fielding-Singh.

Esta investigadora ha pasado años estudiando el fenómeno de la pobreobesidad. Lo ha hecho en EE UU, pero los expertos nacionales creen que las conclusiones son trasladables a España. «La mayoría de los padres a los que entrevisté (pobres y ricos) querían que sus hijos comieran alimentos nutritivos y creían en la importancia de una dieta saludable», escribió Fielding-Singh en un artículo sobre la cuestión, en línea con lo que afirma Arcarons. «Para los padres que crían a sus hijos en la pobreza, tener que decir ‘no’ es parte de la vida diaria. Sus circunstancias financieras los forzaron a negar todo el tiempo las solicitudes de sus hijos, por ejemplo, de un nuevo par de [zapatillas] Nike, o de un viaje a Disneyland. Esto no solo es difícil para los niños, sino también para los padres pobres, que los deja sintiéndose culpables. De todas las cosas que los padres pobres no podían permitirse, la comida basura era algo a lo que a menudo podían decir que sí».

El catedrático Rodríguez Artalejo coincide y lo extiende al factor sedentarismo y ejercicio, que también distingue entre familias y renta. El 23,3% de los menores de familias con ingresos mensuales inferiores a 1.050 euros no hace ejercicio. Entre los que ingresan más de 2.200 el porcentaje cae al 8,6%.

«Ocurre lo mismo con la actividad física. Los niveles socioeconómicos más altos están más educados en lo sano, en no tener exceso de peso, probablemente esto se valore en su círculo social y están más dispuestos a hacer sacrificios porque para ellos es importante y además tienen otras fuentes de placer en la vida», explica. Poder hacer actividades físicas más allá de correr por la calle o jugar al fútbol en cualquier descampado también requiere de un gasto, añade.

En cualquier caso, los hábitos de vida de la sociedad del SXXI llevan a que sean mayoría los niños y adolescentes que no realizan toda la actividad física que deberían. En España, solo el 37% alcanza la hora mínima diaria que recomienda la Organización Mundial de la Salud, según un estudio realizado por la Fundación Gasol.

No es la juventud: es la pobreza

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https://www.eldiario.es/desalambre/onu-condena-espana-permita-condiciones-vida-trabajadores-migrantes-no-toleraria-espanoles_1_6084687.html

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España camina hacia una sociedad de castas

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La igualdad de oportunidades se queda en papel mojado. La crisis rompió el ascensor social y el origen familiar condiciona cada vez más el nivel de ingresos

El ascensor social —los mecanismos económicos y sociales que permiten a las nuevas generaciones progresar respecto a las anteriores— resulta lento y efectúa eternas paradas. Cualquier español que nazca en una familia con bajos ingresos tarda cuatro generaciones (120 años) en conseguir un nivel de renta medio

Tener un buen origen familiar en términos educativos y económicos es casi una garantía de disfrutar de una mejor perspectiva laboral. La Gran Recesión demostró el axioma. “En la crisis, con una formación parecida, sufrieron más quienes procedían de un espacio socioeconómico más bajo. Y la herencia es el futuro. Si tus padres son trabajadores manuales existe un 50% de posibilidades de que tú también lo seas”, comenta Luis Ayala, profesor de Economía de la Universidad Rey Juan Carlos. El azar del nacimiento sentencia a millones de españoles de clase trabajadora a empleos precarios, peor pagados y con menos prestaciones sociales.

 

(…) En España, la movilidad dentro de una misma generación es un ascensor parado. Un trabajador puede desarrollar toda su vida laboral sin saltar al siguiente peldaño. El 66% de los españoles —indica la OCDE— dentro del 20% más pobre, se quedará ahí, estancado. “El problema no es tanto que el ascensor no funcione, sino que la desigualdad en la renta ha aumentado, lo que aún es peor.

Crece la inequidad o desigualdad

 “El aumento en España de la desigualdad en las capas más bajas de la sociedad ha tenido un frenazo brutal (…). “El cuidado y la formación de los niños entre los cero y los cinco años condiciona de forma determinante que mañana puedan tener un buen empleo y un buen salario”.

El paisaje es aún más oscuro si pensamos que (…) en España existen 617.000 hogares en los que no entra ningún ingreso y 2,6 millones de niños está en riesgo de pobreza (…). Una mayor desigualdad en los ingresos discurre al mismo tiempo que una menor movilidad. Es la curva del Gran Gatsby (…). La «curva» relaciona la baja movilidad social con la elevada desigualdad. Es la cinta métrica de la injusticia (a menor mayor desigualdad, menor movilidad social).

Sin ‘recetas milagro’

 No existen recetas milagrosas para acelerar el ascensor social. Los economistas proponen reforzar el apoyo a los parados, subir salarios, incrementar la productividad y mejorar el PIB (…). La educación es una condición necesaria para el ascenso social, aunque no suficiente. “En mis estudios he descubierto que en los países más desiguales como Italia, Reino Unido o España todavía se aprecia una brecha salarial en favor de los chicos que teniendo la misma educación proceden de un entorno familiar privilegiado”, relata Michele Raitano, profesor de Economía Política de la Universidad de la Sapienza de Roma. 

Este hallazgo trae consecuencias. Rompe la idea mil veces repetida por los educadores a sus estudiantes: “Trabaja duro, fórmate bien y tendrás un futuro de éxito con buenas perspectivas laborales” (…). Pesa el privilegio del nacimiento, pesa la élite. El Reino Unido no queda tan lejos de España. El territorio sufre de inmovilidad social crónica. Su sistema de 2.600 escuelas privadas (625.000 alumnos) ha producido el 29% de todos los primeros ministros, el 51% de los principales periodistas y el 74% de los jueces.

Formación elitista

 Ante la carencia de movilidad social, los españoles apenas confían en la meritocracia. El 53% de los encuestados —en el trabajo de la OCDE— cree que tener padres con mejores ingresos y educación es un factor esencial para prosperar en la vida. Un porcentaje muy por encima de la media (37%) de los países más ricos. Resulta fácil entender ese número en una tierra de puertas giratorias, familias enriquecidas durante el franquismo a golpe de imprenta del Boletín Oficial del Estado (BOE) y en la que el mejor currículum son las relaciones familiares. La heráldica de quienes ocupan el poder político, financiero o empresarial estos días, o hasta hace bien poco, recuerda a la vivida hará más de 40 años. Familias como los Cortina, Carceller, Gay de Montellà, Lara Bosch, Samaranch, Suqué-Mateu (Grupo Peralada), Vilarasau, March o Abelló traen ese murmullo. Si viajamos al presente, la Bolsa y sus aledaños, parecen el patio de recreo, entre otros, de los Durella, Villar-Mir, Del Pino, Grifols, Ortega, Andic, Entrecanales, Escarrer, Lladó. Y en una época que reivindica una política nueva, durante años, España no ha dejado de escuchar apellidos (Cabanillas, Ruiz-Gallardón, Fernández-Miranda, Arias-Salgado, Dancausa, Trillo-Figueroa, Rato, Posada) que ya eran relevantes en la dictadura. Los muertos, diría el filósofo Auguste Comte, todavía gobiernan a los vivos. 

Camino equivocado

(…) España necesita liberar el ascensor social de todos esos anclajes pasados y presentes. Presionar el botón, subir pisos. El informe de la OCDE recomienda mejorar la calidad y la eficacia en el gasto de la enseñanza, reforzar el apoyo a los desempleados, luchar contra el paro de larga duración, el abandono escolar y afrontar la pobreza infantil dando a los padres trabajos de calidad. El ascensor debe moverse. La fractura entre ricos y pobres tiene efectos dañinos en la salud, la expectativa de vida y los valores básicos humanos. Richard Wilkinson —uno de los grandes expertos mundiales en desigualdad— ha demostrado que las sociedades más igualitarias son más felices y sanas. Ha demostrado que la desigualdad afecta a la salud mental, la mortalidad infantil, los homicidios y la esperanza de vida. Es un problema en tiempo real. 

Para terminar, un caso concreto de cómo crece la inequidad y de cómo ésta perpetúa la pobreza.